
Cuando te pasas toda una vida buscándole el sentido y no lo encuentras, tus días se vuelven tediosos: trabajas de 9 a 5 en un trabajo que no te satisface, te pasas el día procrastinando viendo lo que hay en cada una de las redes sociales: empezando por Facebook el mundo de fantasía e ilusión de todos nosotros, pasando por Twitter viendo los chismes y reclamos de los personajes políticos o sociales, luego dándose una vuelta por Instagram, para ver que zapatos de moda trajo tal influencer o en qué país esta tal otro influencer, luego otra vuelta por Tik Tok a ver que coreografía nueva sacó una chica de 20 años que tiene un millón de seguidores, o que otra cosa cómica hizo la pareja que se hace bromas pesadas una a la otra y por eso tienen 1.5 millón de seguidores.
Y así pasamos nuestros días dándoles click a todo lo que nos gusta, lo que soñamos o lo que creemos que es “cool”. Y cuando no estamos en las redes sociales estamos viendo una película en Netflix o las noticias del momento. ¡Dios guarde si nos perdemos un capítulo de las Kardashian!, o de esa novela que vemos a las 5 de la tarde que se quedó en el momento en el que ¡José Carlos se iba a enterar de la traición de Mónica María!.
Cuando tenemos contacto humano, nos pasamos echando el juicio a todo lo que sucede a nuestro alrededor pensando que nosotros podemos hacer mejor las cosas que cualquiera, criticando a cuanta persona se acerca a nosotros. Todo esto en nuestra mente porque esbozamos la mejor de nuestras sonrisas. Si hay confianza entonces nos atrevemos a decirle: Debes hacer... Tienes que hacer…
Los fines de semana… ¿cuántas veces estamos al teléfono viendo cualquier cosa? ¿O el Ipad? ¿o la televisión? Vivimos de pantalla en pantalla y así creamos nuestra realidad.
Así fue mi realidad por años. Mi vida giraba alrededor del teléfono y las redes sociales. Iba a la calle y caminaba con el teléfono, estaba en el supermercado y con el teléfono, iba a casa de amigos y en la mesa para comer, con el teléfono.
Si estaba en casa estaba viendo televisión o al teléfono. Si no estaba en casa estaba en una fiesta bailando toda la noche, mucho brillo, mucha música, amigos de fiesta, fantasía y color pero siempre tomando fotos para el Facebook. Y si no estaba en una fiesta o en casa estaba de vacaciones en un lugar exótico tomando miles de fotos para subirlas al Facebook.
Para ser honesta, yo era la chica Facebook. Lo sé y lo reconozco. Mi vida giraba en lo que iba a poner en Facebook. Ponía en mi perfil 5 o más cosas cada día.
Para el 12 de marzo del 2020, el gobierno holandés decidió mandar a todos a casa y fue cuando empezó el primer confinamiento del Coronavirus.
Todo el mundo encerrado. El gobierno holandés nos dio la libertad de caminar y hacer ejercicios afuera pero yo veía las noticias desalentadoras de países como España e Italia donde estaban completamente encerrados.
Como era esclava de las redes sociales las noticias por el Coronavirus salían por todos lados, muchas teorías diferentes, conspiraciones, curaciones, vandalismo, noticias falsas, etc.
Y ahí empecé a caer en depresión, a sentirme ansiosa y a tener pesadillas. Llegaba un viernes y como no tenía planes para el fin de semana me alcoholizaba o drogaba y trataba de dormir lo más que podía para no sentir todo lo que estaba sintiendo.
Esa espiral para caer en bajas emociones ya lo había vivido muchas veces pero nunca tan profundo. Aquí fue un momento de quiebre personal donde caí hasta el fondo de un pozo de frustración y sufrimiento.
Pero esta vez, dije: “¡Hasta Aquí! ¡No puedo seguir así! O me levanto o muero”.
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